Veamos argumentos de peso acerca de la inclusion.
¿Por qué a los bancos multilaterales de desarrollo debe interesarles la inclusión de las personas con discapacidad? ¿Por qué es pertinente capacitar al personal en todos los niveles sobre el lenguaje y el enfoque correctos para abordar a este colectivo social? ¿Por qué nos importa? Dejando a un lado los argumentos morales y el sentimentalismo, hay razones económicas y legales para tomarse esta agenda en serio y hacerlo ya.
Según la Real Academia Española, desarrollo es la “evolución de una economía hacia mejores niveles de vida”. Es lo que hacemos. De ahí en adelante, la matemática es sencilla: la Organización Mundial de la Salud dice que el 15% de la población en el mundo tiene discapacidad. Imposible desarrollar un país con 15% de la fuerza laboral excluida. Ni evoluciona la economía, ni mejora la vida. Por eso, la inclusión se convierte en una simple estrategia de optimización de recursos.
Para activar a ese colectivo social como herramienta de desarrollo, es fundamental invertir en todos los ajustes razonables necesarios para que esta inclusión sea real y no cosmética. Educación inclusiva, infraestructura accesible, futuro del trabajo para todos, deporte adaptado, etc. Es decir, lo que hacemos todos los días, pero haciéndolo verdaderamente posible para todos. La inversión en ajustes razonables retorna exponencialmente al activar esta herramienta.
Entonces, si un banco multilateral de desarrollo está haciendo un esfuerzo consciente por lograr este enfoque diferencial en todas sus operaciones, como lo estamos haciendo en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el primer paso lógico es lograr un entendimiento real de este cambio de paradigma en quienes están al frente de esas operaciones. Más allá de sumarle un par de rampas al diseño o hacer una versión en Braille de las tarjetas de presentación, el objetivo de capacitar a las personas involucradas en el desarrollo de iniciativas y operaciones en la región es lograr un imaginario de inclusión por defecto en todas las fases de los proyectos. Un cambio cultural que, desde el mismo ADN de la organización, entienda a las personas con discapacidad no como objetos de caridad y asistencialismo sino como sujetos con derechos y con plena capacidad de asumir la responsabilidad que tienen como ciudadanos. Ese cambio pasa por entender plenamente cuál es el lenguaje correcto, qué se dice y qué no, cuáles son los debates, las controversias y los matices, quiénes son los actores y cuáles son sus intereses, en qué momento histórico se encuentra este movimiento de derecho civil y cómo se relaciona con sus equivalentes de género, raza y orientación sexual. Sólo al tener un conocimiento profundo se puede incluir orgánicamente este enfoque en todo lo que hacemos. Así, no será algo periférico que implique una carga adicional al trabajo que ya hay, sino un modo de pensar universal del que dependerá nuestra competitividad en el largo plazo.
“Si la inclusión es entendida como una carga adicional al trabajo que hacemos, el peso de las operaciones diarias nos llevará a descartarla. Por otro lado, si hace parte de la cultura organizacional, entrará por defecto en cada plan y cada proyecto.”
Tanto las Naciones Unidas como la Organización de Estados Americanos tienen convenciones sobre los derechos de las personas con discapacidad. En América Latina y el Caribe todos los países del BID han ratificado la convención de las Naciones Unidas y 18 han ratificado la del OEA. Estas convenciones no solo suman millas para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, sino que marcan una ruta de acciones específicas que se deben seguir para construir esas realidades para todos. El cambio de paradigma no se puede dar en los países, en las culturas y en los planes de desarrollo si no se da primero en las personas. En nosotros mismos. Por supuesto que va a incomodar un poco. Pero es hora de pararnos del lado correcto de la historia.